lunes, 7 de septiembre de 2015

Madrid

Texto publicado en el fanzine OLI # 3

Todo comenzó hace tres semanas. Como el viaje que voy a hacer en quince días lo va a pagar una entidad española, necesitaba que la factura del pasaje quedara con su nombre y dirección para que pudieran hacerme el respectivo giro. La secretaria de la agencia de viajes me llamó para decirme que no podía hacer la factura porque el menú desplegable en el programa de facturación no tenía como opción la ciudad solicitada. Entré en pánico. Sin embargo, mantuve la compostura y de la manera más diplomática posible, la convencí de que llamara a nosequién para que solicitara en nosedónde que incluyeran a Madrid en la lista de ciudades del dichoso menú desplegable. Claro, antes tuve que explicarle que no servía que la factura dijera Barcelona, si las oficinas de la entidad quedaban en Madrid. Le dije que era lo mismo que facturar a una empresa de Bogotá una cuenta con una dirección de Zapatoca. El ejemplo le molestó, pero los ánimos se calmaron cuando la llamé por su nombre en diminutivo.

Dos días después el tema se solucionó. Lograron incluir a Madrid en la lista del programa, en una acción que con seguridad requirió menos de 3 clicks y el tiempo que se gasta en escribir “M-a-d-r-i-d” en un teclado. Factura en mano, intenté dejar atrás la situación, ante lo que sigo sin tener éxito pues aún no dejo de pensar en el menú desplegable. Dos días para lograr que el programa de computador diseñado y realizado para facilitar el proceso de facturación, permitiera incluir una palabra en un menú desplegable. Dos días.

¿A diario cuántos procesos perderán su simpleza para convertirse en dependientes de menús desplegables? ¿Cuántas cosas que hoy parecen funcionar bien terminarán sistematizadas en programas con menús que no tienen a Madrid entre sus opciones? Como llevo tres semanas pensando en todo lo relacionado a los menús desplegables, he hecho varios de ejercicios mentales de los que les propongo realizar el siguiente: imaginarse la forma en la que la sistematización absurda de un proceso que actualmente es muy simple, podría verse afectada por un problema con un menú desplegable. Me imaginé entregando los papeles de propiedad de mi carro al dueño del parqueadero luego de que un problema con un menú desplegable no permitiera generar la factura y por ende, el carro pasara a ser de su propiedad. Me imaginé a una mesera disculpándose porque a pesar de que tienen todos los ingredientes, un problema en un menú desplegable no permite incluir anchoas a la factura y por ende, no pueden servirlas en mi pizza. Me imaginé una empresa de soluciones técnicas para menús desplegables, con ingenieros expertos en configurar menús desplegables para cualquier tipo de programa de computador. Sí, en esto se me van los días.

Juan
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jueves, 4 de junio de 2015

El fino arte de dormir

Texto publicado en el fanzine OLI # 2

Parte I:

La última vez que alguien me preguntó por qué llevaba tanto tiempo sin escribir, lo hizo como excusa para averiguar por qué casi todos mis textos hablan sobre los sueños. La respuesta es simple pero desalentadora: casi todo se me ocurre dormido, así que me veo obligado a echar mano de esas ideas borrosas para construir frases que luego se vuelven textos. Yo lo considero un auto-plagio, pero qué le vamos a hacer. Un día llegará a mi casa, probablemente en un sueño, una citación a responder legalmente por esta acusación. Estoy dispuesto a correr el riesgo.

Parte II:

Uno de los peores defectos que tenemos los seres humanos es la incapacidad de sorprendernos correctamente. Nos sorprende lo que no debería y nos resultan absolutamente normales algunos de los más curiosos misterios de nuestra propia existencia. La sorpresa que nos causa el ruido producido por un gato en el tejado, nos mantiene despiertos y alerta varios minutos, antes de volver a dormir plácidamente. Sin embargo, son pocos quienes alguna vez en la vida nos hemos levantado en medio de la noche sorprendidos por estar haciendo, al igual que al menos 8 horas diarias por todo lo que llevamos de vida, algo que nunca jamás alguien nos enseñó: dormir. Así es como a diario, manifestamos nuestra lamentable incapacidad de sorprendernos correctamente justo desde el instante en el que nos levantamos.

Parte III:

La frontera entre estar despierto y estar dormido está dividida por un una línea difusa. La transición debe ser casi involuntaria, automática. Ubicarse en dicha frontera arruina el proceso. No solo resulta incómodo, como recordar los parpadeos propios, sino que produce un efecto observador, en el que el simple hecho de ser consciente de la transición, modifica el resultado de la misma. Es necesario estar ausente. Y es precisamente la ausencia en donde radica la sensación placentera. La posibilidad de dejarse guiar por sí mismo, por el sueño y su fragilidad. Por no ser responsables, por un par de horas, de lo que hacemos con nosotros mismos.

Parte IV:

Haciendo un cálculo rápido del tiempo total acumulado que dura una persona durmiendo durante toda su vida, es fácil notar que durante al menos un tercio de esta estamos dormidos. Un día alguien descubre que las horas en las que estamos dormidos dejamos de envejecer, y por fin comprendemos que sabemos dormir desde que nacemos, sin que nadie nos lo enseñe, porque el cuerpo lo ha desarrollado como un estrategia instintiva de supervivencia. Desde el nacimiento nuestro cuerpo comprende que su enemigo natural es la muerte, y nos llama al sueño como recurso desesperado para prolongar su llegada. Nos sorprendemos, lo escribimos y nos volvemos a dormir.

Juan
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sábado, 11 de enero de 2014

Dimetrodón no es dinosaurio.

Desde siempre me han gustado los dinosaurios. ¨Siempre¨ porque es muy difícil ubicar a qué edad o en qué momento específico de mi vida, decidí que los amaba. Cumpleaños, navidades, cualquier fecha que implique recibir regalos, pedía lo que fuera relacionado con estas criaturas prehistóricas. Nunca me gustaron las Barbies, la única manera que me llamará la atención este producto sería que existiera la Barbie Dinosaurio, y tendría que ser un dinosaurio y no una Barbie.

Uno de los momentos mas emocionantes de mi niñez fue cuando en una clase de biología, nos entregaron unas guías que constaban de varios dibujos de dinosaurios y otros reptiles. Las ilustraciones eran bien regulares, sin embargo me parecieron increíbles y las coloreé con mucho esmero, hice mi mejor esfuerzo ya que no era y nunca he sido muy buena para este tipo de tareas. Me decepcionó mucho que al final solo le dedicaran una sesión a hablar de los dinosaurios, fue de los primeros grandes desengaños de mi vida.

Recuerdo haber visto una película en la cual los protagonistas también eran unos niños que encontraban unos dinosaurios pequeños, muy chicos, como perros pinscher o algo así. El nombre de la cinta está perdido en los archivos de mi cerebro al igual que la trama y el motivo por el cual los dinosaurios eran como eran en la película y el cómo los habían encontrado los personajes principales. Lo que si está muy claro es que pasé horas pensando en eso y queriendo desesperadamente tener mis propios dinosaurios. Incluso puedo decir con la barra de seguridad al 70% que dejé de jugar en los descansos del colegio por quedarme pensando en lo anterior.

Los dinosaurios son los representantes de los monstruos de nuestras pesadillas, mitos y leyendas en la realidad tangible. Son una prueba que nos alienta a creer que todo puede ser real, que cualquier cosa es posible. No se puede demostrar la existencia de la Atlántida, de los gigantes, de los unicornios, de los dragones o de los jackalopes, pero tenemos fósiles de dinosaurios que nos confirman la existencia de criaturas gigantes y peligrosas que generan más preguntas que respuestas. Lo que se acaba de mencionar teniendo en cuenta que el lector sea un firme creyente de la ciencia y las pruebas presentadas al público.

Recuerdo haber pasado largas noches sintiéndome sumamente triste por la extinción de los dinosaurios, mirando unos afiches que tenía en mi puerta que brillaban en la oscuridad de un triceratops y de un T. rex. En mi infantil mente daban vueltas las posibilidades de la catástrofe final que acabó con la gran mayoría de estos animales y la de muchas otras especies de fauna y flora. Primero los volcanes, mi razonamiento era que tendrían que haber demasiados volcanes haciendo erupción a la vez para que esto fuera válido, nunca simpaticé con esa idea. La otra opción, la que mas me convencía a mi y a la comunidad científica era la del meteorito que había chocado en lo que hoy es la península de Yucatán. ¡Dios, la angustia que sentía! Imaginaba al los pequeños dinosaurios bebés con sus madres preocupadas que sí sabían lo que estaba sucediendo (a diferencia de sus inocentes crías) mirando la luz enceguecedora que cada vez se hacía mas grande y potente, anunciando el fin de la era de los grandes reptiles.

Esta palpitante preocupación fue alimentada en gigantescas proporciones después de haber visto Deep Impact o Impacto profundo en español, en la cual aparece un tierno Elijah Wood. sabía que a mi edad no debía ver esa película, pero, claro, como siempre, la curiosidad pudo más que la prudencia. Además de la relación inmediata que hice con la trama de ¨Impacto Profundo¨ y la desaparición de los dinosaurios, tuve constantes pesadillas que creo, duraron años, acerca del inminente choque de un meteorito contra la Tierra. Me decía a que debía dormir para que cuando la catástrofe ocurriera, no sintiera nada, pero claro, esto sólo incrementó el miedo y la ansiedad.

La tristeza volvía a atraparme cuando la imagen del último dinosaurio en morir paseaba por el área encargada de las ideas gráficas en mi cerebro (si es que funciona así). Veía al último del reino Animalia, del filo Chordata, del subfilo Vertebrata, de la superclase Tetrapoda, de la clase Saurpsida, de la subclase Diapsida, de la infraclase Arcgosauromarpha, del superorden Dinosauria, rendirse ante la melancolía y el desespero de saber su destino. Con una angustia muy similar a la del último tilacino que murió en cautiverio en 1936, completamente solo, dando vueltas en su nada cómoda celda, a miles de kilómetros de su hogar, con un nombre (Benjamin) que ni siquiera fue posible confirmar, que estuviera acorde a su sexo.

Mi empatía con los dinosaurios se infiltraba en mi pasatiempo favorito: ir a la casa de mis primos a jugar Play Station. Yo no contaba con uno, así que hacía todo lo posible por pasar tiempo en cualquier hogar que tuviera dicha consola. Cabe resaltar que el Play Station de mis primos siempre estaba acompañado de una sobresaliente variedad de juegos. Un día llegué a iniciar mi jornada de entretenimiento y noté que había una caja nueva, se trataba de Dinocrisis. ¿En qué consistía? Esencialmente en matar a los dinosaurios que habían sido traídos accidentalmente (creo) a una isla en nuestro planeta, consecuencia de una serie de experimentos militares que resultó abriendo un portal en el tiempo o algo así. No pude identificarme con Dinocrisis, no podía matar a los dinosaurios, me sentía mal, como si estuviera traicionando a un amigo cada vez que mi personaje disparaba el arma. Si mal no recuerdo en alguna parte del juego había una especie de tanques con plesiosaurios, mi clase de réptil marino favorito. Esto puso millones de galones de gasolina en el tanque de mis pesadillas, hoy en día ese combustible sigue vigente. Uno de mis miedos sin sentido alguno mas grande, consiste en por alguna razón ser absorbida por un tipo de agujero de gusano y ser arrojada en algún océano prehistórico y no durar muchos minutos esperando a ser devorada de una manera extremadamente violenta y dolorosa por uno, dos o tres reptiles marinos. En lo anterior también juega un papel importante un afiche de estas criaturas que venía en una de las revistas National Geographic que mi papá colecciona.

Alguna vez intenté tener un amigo imaginario seguramente porque era un tema recurrente en algún programa que veía en la televisión. Creo que mezclé esto con mi primer acercamiento al mundo de la criptozoología, otro tema que ocupa un lugar importante en mi corazón. Dicho esto debo confesar con algo de vergüenza, al mismo tiempo que me digo que no pasa nada porque era una niña (solo para volver a la vergüenza), que mi compañero imaginario era un plesiosaurio humanoide, que claro no podía tener otro nombre sino Plesius. Plesius el plesisaurio era en realidad el monstruo del lago Ness, nunca lo logré ver en realidad, ni tenía conversaciones con él en público (alabado sea el Señor), pero sí pasaba largos intervalos imaginando su vida y lo que podríamos hacer juntos si él existiera en mi mismo plano. Plesius contaba con un veraniego guardarropa, parecidísimo al del personaje que respondía al nombre de Sam en la serie de T.V. Clarissa lo explica todo, protagonizada por Melissa Joan Hart. Salido también de Clarissa estaba el accesorio número uno de Plesius, unas gafas oscuras que iban apenas acordes con su camisa de flores hawaiana y pantaloneta de baño roja. Hasta mucho tiempo después me encontré con la cruda verdad: el atuendo de Plesius no estaba en lo absoluto acorde con el clima del lago Ness. Otro sueño destruido, otra grieta en mi corazón, otro desengaño mas en lo que iba de mi existir.

Como se puede deducir sin ninguna dificultad, la saga de Jurassic Park está entre mis películas favoritas de ayer, hoy y siempre. Por mas que ame a los dinosaurios de una manera que halla corto cualquier lenguaje terrícola para expresar lo que siento acertadamente, creo que Jurassic Park nos hace el favor de entregarnos 3 cintas que claramente nos explican por qué los humanos y los dinosaurios no deben existir al mismo tiempo y por qué el hombre como especie, no debería clonar a ningún animal extinto. Nunca, jamás, eso no se hace, no señor, no señora, no y ya. Somos muy irresponsables y egoístas como para hacernos cargo de traer a la vida a una criatura tan grande e impredecible como un dinosaurio. Clonar a estos animales es de las peores ideas del mundo, de los mismos creadores de ¨mandemos una sonda al espacio exterior con información acerca de nuestra ubicación a ver quién la recoge por ahí. De seguro vendrán en paz y nos traerán regalos muy bonitos como tecnología increíble que no podemos imaginarnos, porque claro no hay posibilidades de que quien encuentre esto venga con intenciones colonizadoras violentas… ni que eso hubiera pasado en la Tierra¨.

Tanto en nombre de la religión como de la ciencia se han hecho cosas horribles. Ambas cosas se comandan por la avaricia y el egoísmo, no ven límites para lograr su cometido, ambos motores son tan tercos y arrogantes como la persona que cree que ver televisión/gustar de algún deporte hace a los demás estúpidos, o como la persona que cree que leer libros hace a alguien mas inteligente. A esto se agrega lo que considero otra dupla de pensamientos que nos tienen condenados: 1. Creer que la Tierra y sus habitantes no humanos están acá para servirnos. 2. Creer que con ser vegetarianos arreglamos el problema. El problema no creo que sea consumir carne, el problema es el masivo, violento y desmedido consumo no solo de materias primas, sino de todo lo que existe, respire o no. No podemos conformarnos con uno de cada uno… pero bueno esa es otra historia. El punto principal que se encadena con lo que quiero decir es que no podríamos conformarnos con un solo espécimen de dinosaurio. Las características mencionadas llevarían eventualmente a los científicos encargados de la tarea, a traer a nuestro plano existencial por lo menos a 3 dinosaurios. ¿Por qué 3? Porque siempre es 3 y si no es 3, es 7, pero esa también es otra historia.

No sería raro que recrearan la manada de velociraptors de Jurassic Park y entendiéramos esta vez, en carne propia el verdadero significado del ¨clever girl¨ pronunciado por el ficticio pero astuto doctor Grant. Se crearía toda una industria, un gran negocio alrededor de regresar al planeta una criatura extinta hace millones de años. Claramente la parte del entretenimiento vendría luego de experimentar, después de llevar a cabo numerosos exámenes que incluyen introducir agujas e invadir de todas las maneras físicas que se les ocurra al anacrónico animal.

Además de la trilogía de películas y las novelas escritas por Michael Crichton en las que están basadas las cintas, existen 3 atracciones temáticas en el mundo de la franquicia de Jurassic Park que agregan peso al argumento de ¨por favor, por favor, por favor, no devuelvan a la vida a uno o varios dinosaurios¨. Tuve la oportunidad de ir a la que queda en Orlando, Florida y fue una de las mejores experiencias que tendré en toda mi vida, en gran parque porque el parque Island of Adventures reúne 3 cosas que me apasionan: los réptiles terribles, Harry Potter y Spider-Man. La parte del sitio dedicada a Jurassic Park consta de una atracción acuática en la que nos movemos por medio de un bote entre varios animatronics de dinosaurios que para los amantes del realismo y los efectos especiales son una decepción garantizada, gracias a que probablemente no han sido actualizados desde que se lanzó No Strings Attached de ´N Sync. Gran parte del encanto de ir a ese plan, es sentirse atrapado en la década de los 90 del siglo pasado. Es la misma sensación que causa ver esa película malísima que uno sabe que es pésima pero que no puede dejar de ver y de todas maneras a uno le gusta así, disfruta de la película con todo y su mediocridad, disfruta la película por su mediocridad. Esta experiencia es como amar al hijo bobo, al que se le salen las babas, el que es para toda la vida.

Debo decir que sentí verdadero terror a medida que el viaje en el bote de la atracción iba avanzando. Se abren las puertas y la banda sonora de Jurassic Park empieza a sonar y me dan ganas de llorar de la felicidad. Los rieles del bote se ven perfectamente debajo del agua, todo es hermoso. Un braqueosaurio (no recuerdo bien) con movimientos bastamente robóticos nos saluda. Dos estegosaurios continúan dándonos la bienvenida al paraíso prehistórico, luego un parasaurolopus emerge torpemente del agua para asustar al público distraído. Mas adelante se le informa a quienes van en el vehículo que algo ha salido mal, los velociraptors han escapado y enseguida vemos a dos pequeñines de esta especie peleándose por lo que queda de una camiseta de un empleado del parque que seguramente ya fue devorado. El bote empieza a subir a un túnel oscuro, allí vemos sombras de mas velociraptors forcejeando, hasta que la tripulación es emboscada por un velociraptor adulto, hermoso pero terrible. El paseo termina con el emblemático T. rex de la saga, o bueno su cabeza, saliendo del techo, dirigiéndose hacia el bote. Es para morirse de la alegría. Cumplir mi sueño de ir a este parque y vivir la experiencia de Jurassic Park en persona me terminó de convencer de lo mala que es la idea de clonar dinosaurios. Si tuve por lo menos 5 aproximaciones a un infarto durante el recorrido gracias a unos animatronics viejos que se ven bastante falsos, no imagino como colapsaría mi cuerpo si se tratara de criaturas vivas. La gran trampa en la que nos hizo caer la franquicia de Jurassic Park fue que nos presentó a los herbívoros comportándose como mamíferos, nos convenció de que un reptil gigante con cuernos se va a dejar mimar y dar besitos como si se tratara de un cachorrito.

Continuando con la idea de dinosaurios-cachorritos, vale agregar a estás confesiones saurópsidas la experiencia que tuve hace unos meses en cine. Fui a ver con mi papá The Dinosaur Project, sabía que no iba a ser una gran película, ni siquiera una aceptable pero que igual me iba a gustar. En realidad fue todo lo que yo quería que fuera, un cocktail de malas actuaciones, regulares efectos especiales y una trama flojísima con un montón de fallas de continuidad, la mas notoria de estas siendo que un experto biólogo/zoólogo confunde a unos reptiles voladores con patos. Lo que mas me gustó/estuvo mal de The Dinosaur Project fue que el dinosaurio que apareció mas tiempo era un pequeño carnívoro que se comportaba como mamífero y nadaba como delfín. Sí, nadaba, como delfín. Los protagonistas de la película, unos científicos británicos que van en busca del críptido del Congo, el Mokele-mbembe, explican las habilidades del dinosaurio y sus compañeros diciendo que tuvieron miles de años para evolucionar y adaptarse a su hábitat. El argumento de la película es tan flojo como los mocos que Crypto (así nombraron cariñosamente al dinosaurio nadador) le echa a uno de los personajes para evitar que unos dinosaurios mas grandes se lo comiera. Pero lo que tiene de baboso el filme, lo tiene también en corazón. Uno debe amar mucho a los dinosaurios para hacer una película sobre ellos, así sea una bien mala (tan mala que parezca que se odia a estos animales), por todos los retos que hacer lo propio implica. ¨Obraron con buenas intenciones¨ es lo que me digo cuando veo una película de la calidad/calaña de The Dinosaur Project. No será la película que le cambie la vida a nadie (eso espero), tampoco será la mas acertada científicamente (ni un poquito) pero es de dinosaurios, y este solo hecho me llena de felicidad.

Los productos sobre dinosaurios que mas pueden llegar a capturar la atención y los corazones del público, son los que tienen poco o nada en cuanto a precisión científica. Nos recuerdan (a mi me pasa así) de las veces que jugábamos con nuestras figuras plásticas de los lagartos terribles, cuando inventábamos universos de posibilidades para que tuvieran vida. Estas películas, series, figuras, etc. cumplen la función que cumple el olor que captamos inesperadamente, que nos traslada en el espacio-tiempo, que nos hace sentir como si estuviéramos en ese cuándo y dónde con los cuales identificamos esta percepción.

Me gusta ver las aves de cerca cuando tengo oportunidad y ponerme a pensar qué dinosaurio pudo haber terminado convirtiéndose en el ejemplar que esté detallando. Pero me gusta mas y me hace inmensamente feliz, pensar que estoy en el mismo lugar en el que existe un dinosaurio vivo que nadie ha visto nunca y ojalá no lo haga jamás. Si la medida estándar para la felicidad fueran los dinosaurios, la mía marcaría Sauroposiedon cada vez que tengo la oportunidad de acercarme al tema.



tobiasarturo.

viernes, 10 de enero de 2014

Pies

Llegué agotado de caminar toda la tarde. Luego de entrar a mi habitación, me quité los zapatos y masajeé mis pies con los pulgares de ambas manos. El dolor en las plantas era insoportable y empecé a sospechar que algo andaba mal. Nunca he sido muy bueno para las caminatas largas y mucho menos cuando el sol se asoma de esta manera, pero el dolor esta vez no se parecía a ningún otro de los que he sentido antes.

Motivado por la duda, revisé dedo por dedo buscando la fuente exacta del dolor. Alguna vez leí que hay quienes dicen que los pies están compuestos por redes nerviosas muy complejas cuyas partes específicas reflejan el comportamiento de otros órganos del cuerpo. No creo en la reflexología, pero las situaciones difíciles nos llevan a traicionar nuestras ideas y ahí estaba yo, buscando en las falanges lo que parecía no tener explicación en ninguna otra zona.

Se me ocurrió que el dolor podría venir del interior de las uñas, así que levanté primero, como era de esperarse, la del dedo gordo. Dentro de mi dedo encontré un color verde sin punta, un poco golpeado por los lados pero casi completo. Lo saqué con cuidado y lo puse en la mesita de noche. Seguí levantando una por una las uñas, sacando un color de cada dedo. Uno azul en el de la mitad del pie derecho y uno morado pequeñito en el meñique del pie izquierdo. Cuando los junté todos, traje el sacapuntas (nunca digan tajalápiz, suena horrible) y les dejé la punta lista para dibujar. La basurita la guardé en una bolsa, donde junto viruta y otros residuos de madera con admirable cuidado, vaya uno a saber para qué. Finalmente volví a guardar los colores en cada dedo correspondiente y luego de poner las uñas en su posición, sentí como por arte de magia el dolor desaparecía en menos de un par de minutos. Me limpié el sudor y caí profundamente dormido.

Un par de horas después me levanté confundido. La experiencia del dolor de pies y los lápices parecía un mal sueño. Revisé mis pies y estaban ilesos, dedos, planta, tendones, incluso los huesos se sentían intactos. Caminé alrededor de mi cuarto, salté, bailé un poco y terminé aceptando que había tenido otro sueño de cosas completamente irreales, cada vez me pasa más a menudo: sueño con cosas que nunca diría, lenguajes que no existen y personas que no conozco. Es que no tenía sentido, yo nunca salgo a la calle sin antes sacarle punta a mis colores.

Juan
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viernes, 25 de octubre de 2013

Casio

Antenoche tuve una pesadilla. Soñé que por algún motivo necesitaba sumar tres más ocho pero no lograba recordar el resultado. Como necesitaba pronto la respuesta fui hasta mi escritorio, busqué mi Casio y luego de sumar tres-más-ocho, observé el diez en la casilla del total. Aunque en el sueño había olvidado cuando era tres más ocho y lo justo era creer en mi Casio que nunca me ha fallado, sentí una extraña sensación al ver el uno y el cero juntos, como si fuesen piezas de rompecabezas que no encajan. Lleno de inseguridad en mi sueño, como casi siempre en la vida real, decidí verificar de alguna forma que todo estuviese saliendo bien. -Si tres más ocho es diez -me dije a mi mismo- entonces diez menos ocho debe ser tres. Me sentí satisfecho por descubrir que aunque escaso de memoria, no lo era de análisis. Turno de nuevo para mi Casio en la que escribí diez-menos-ocho y obtuve cinco. Me tomé un tiempo para deducir que si ahora diez menos ocho era cinco, al menos cinco más ocho debería ser diez. Volví a la calculadora y tras el cinco-más-ocho obtuve siete.

No recuerdo cuanto tiempo estuve haciendo lo mismo, porque cuando tengo ansiedad pierdo la habilidad de estimar la duración de las cosas así como suelo perder la memoria en los sueños. Me desperté nervioso y con el corazón a doble ritmo. Luego de abrir los ojos, me costó un par de minutos asimilar de nuevo donde estaba, aunque casualmente el escenario de mi sueño había sido ese mismo cuarto. Finalmente, como una ráfaga, llegó a mi cabeza una explicación (esa maldita manía de tratar de explicar todo lo que me pasa) sobre el sueño, los número y mi Casio.

Entendí como leyendo un manual, que cada número era alguien que conocía y que los signos más no eran sumas, ni los menos restas ni mucho menos los iguales significaban resultados. Los signos eran formas de relacionar a estas personas y por eso, bajo los caprichos de la vida y el azar social, ninguna operación resultaba como esperaba. Por eso esto daba eso y de vuelta daba aquello. Por eso no era lo mismo sumar o restar. No me imagino a quién habría llegado si en vez de sumas hubiese multiplicado o dividido.

Luego del sueño, ese día todo salió bien. Me levanté pensando en doce y con la tranquilidad de que mi Casio luego de todos estos años sigue funcionando perfectamente. A mí me tocó ser el siete esta vez.

Juan
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miércoles, 2 de octubre de 2013

Cucarachas

De las cucarachas tengo claras dos cosas: primero, que ningún otro animal me produce una sensación de asco similar. Segundo, que es curioso que, habiendo tantas habilidades sorprendentes en el mundo natural, su capacidad  de supervivencia ante un holocausto nuclear tenga tanta fama. Lo del asco está más que justificado, pues las cucarachas son uno de los mayores transmisores de enfermedades por contaminación de alimentos. Sin embargo, en lo personal, es el macabro movimiento antena-pata el que despierta, desde lo más profundo de mí, los mayores niveles de repugnancia.

Ahora bien, el asunto de la supervivencia a las explosiones nucleares me causa mucha curiosidad porque a primera vista nos presenta una imagen de insecto indestructible y poderoso. Y como no pensarlo, si se ha comprobado que las cucarachas pueden resistir radiaciones ionizantes 12 veces superiores a las que los humanos toleramos. Sin embargo, la idea de grandeza e invulnerabilidad de las cucarachas puede desmentirse de un pisotón, en este caso, hablando literalmente. Es así como llegamos a las dos caras de un animal tan enigmático como repudiable. Por un lado la no despreciable habilidad de sobrevivir a una explosión nuclear y por el otro la fragilidad de morir aplastado fácilmente ante cualquier golpe de suela de zapato.

Fortaleza, fragilidad y repugnancia, características que llevan a una sola conclusión: no somos tan diferentes a las cucarachas. Sin embargo, hay algo que nos distingue diametralmente, a ellas les importa un bledo si las consideramos asquerosas o excepcionales mientras les dejemos residuos para picar en los rincones y la basura, mientras que nosotros somos cucarachas que vamos por la vida pretendiendo hacer creer que todos nuestros problemas son bombas atómicas cuando realmente tienen formas de zapato, otros de bota y algunos incluso de chancleta.

Juan
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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Tripas

El sábado amanecí en la clínica por culpa de un dolor infernal en la boca del estómago. La doctora que me atendió, luego de amasarme la barriga preguntando por las sensaciones en diferentes zonas abdominales, diagnosticó con certeza “crisis de gastritis”, ante lo que me alarmé como cada vez que escucho la palabra crisis. Me inyectaron en cada nalga, me recetaron unas pastillas y un jarabe y me mandaron a la casa sano y salvo. Dormí casi todo el día y aunque aún siento un ligero dolor, la sensación no se compara a la producida por la pelota de ping-pong que daba vueltas esta mañana entre mi esófago. Para mi fortuna, la susodicha pelota ahora parece más un Bubbaloo.

Como era de esperarse, me pasé toda la noche leyendo sobre el aparato digestivo hasta estar preparado para operar cualquier tipo de complicación. Al final de esta consulta, lo que más me asombró no fue la hermosa complejidad con la que funciona este sistema sino la inexplicable dedicación al trabajo que tienen las piezas que lo componen. La gran mayoría de éstas trabajan 24 horas durante 7 días de la semana, alejadas del protagonismo producto de la vanidad (del que gozan muchos órganos externos) y relevadas incluso a permanecer en la penumbra de nuestros cuerpos de por vida. Sin excusas, trabajan como mineros explotados, a los que dudo se les haya preguntado alguna vez si están de acuerdo con sus condiciones laborales o si les parece justo no tener vacaciones remuneradas.

Luego caí en cuenta de que su desgracia no termina ahí. Muchos de estos órganos son recordados por sus dueños solo en aquellas ocasiones en las que, por razones que se les salen de las manos, fallan. Como el módem de la casa, del que solo nos acordamos cuando los vídeos de youtube se ponen lentos o perdemos un partido de FIFA 13 por problemas de conexión. Además, el imaginario colectivo ha asociado esos hermosos y fieles órganos con el concepto de fealdad. Nadie quiere verse por dentro, así como a nadie le interesa ver un carro desde abajo. En un mundo realmente justo el estómago debería estar por fuera, en un trono desde el que pueda ver como todos los ovacionamos, y los dedos meñiques por dentro, olvidados por flojos, perezosos y lelos.

Me pregunté varias veces qué se sentirá ser un bazo o qué motivará a mi duodeno a no quejarse cada 15 días por las horas extras trabajadas que jamás le he pagado. Finalmente entendí que lo que yo consideraba desdicha, para ellos es felicidad. Tal vez mi esófago no volverá a molestar siempre y cuando yo prometa alejarme de cualquier cirugía que altere la tranquilidad del ecosistema que llevo dentro y no lo exponga a ver la luz de este mundo de mierda. Tal vez mi hígado no entra en huelga porque disfruta estar encerrado entre mis tripas, trabajando noche y día junto a otros órganos, pero alejado de la gente detestable y traicionera que habita este planeta. Tal vez yo sería un páncreas, en vez de una persona, si alguien me hubiese dejado elegir.

Juan
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