lunes, 7 de septiembre de 2015

Madrid

Texto publicado en el fanzine OLI # 3

Todo comenzó hace tres semanas. Como el viaje que voy a hacer en quince días lo va a pagar una entidad española, necesitaba que la factura del pasaje quedara con su nombre y dirección para que pudieran hacerme el respectivo giro. La secretaria de la agencia de viajes me llamó para decirme que no podía hacer la factura porque el menú desplegable en el programa de facturación no tenía como opción la ciudad solicitada. Entré en pánico. Sin embargo, mantuve la compostura y de la manera más diplomática posible, la convencí de que llamara a nosequién para que solicitara en nosedónde que incluyeran a Madrid en la lista de ciudades del dichoso menú desplegable. Claro, antes tuve que explicarle que no servía que la factura dijera Barcelona, si las oficinas de la entidad quedaban en Madrid. Le dije que era lo mismo que facturar a una empresa de Bogotá una cuenta con una dirección de Zapatoca. El ejemplo le molestó, pero los ánimos se calmaron cuando la llamé por su nombre en diminutivo.

Dos días después el tema se solucionó. Lograron incluir a Madrid en la lista del programa, en una acción que con seguridad requirió menos de 3 clicks y el tiempo que se gasta en escribir “M-a-d-r-i-d” en un teclado. Factura en mano, intenté dejar atrás la situación, ante lo que sigo sin tener éxito pues aún no dejo de pensar en el menú desplegable. Dos días para lograr que el programa de computador diseñado y realizado para facilitar el proceso de facturación, permitiera incluir una palabra en un menú desplegable. Dos días.

¿A diario cuántos procesos perderán su simpleza para convertirse en dependientes de menús desplegables? ¿Cuántas cosas que hoy parecen funcionar bien terminarán sistematizadas en programas con menús que no tienen a Madrid entre sus opciones? Como llevo tres semanas pensando en todo lo relacionado a los menús desplegables, he hecho varios de ejercicios mentales de los que les propongo realizar el siguiente: imaginarse la forma en la que la sistematización absurda de un proceso que actualmente es muy simple, podría verse afectada por un problema con un menú desplegable. Me imaginé entregando los papeles de propiedad de mi carro al dueño del parqueadero luego de que un problema con un menú desplegable no permitiera generar la factura y por ende, el carro pasara a ser de su propiedad. Me imaginé a una mesera disculpándose porque a pesar de que tienen todos los ingredientes, un problema en un menú desplegable no permite incluir anchoas a la factura y por ende, no pueden servirlas en mi pizza. Me imaginé una empresa de soluciones técnicas para menús desplegables, con ingenieros expertos en configurar menús desplegables para cualquier tipo de programa de computador. Sí, en esto se me van los días.

Juan
www.twitter.com/jmrey11

jueves, 4 de junio de 2015

El fino arte de dormir

Texto publicado en el fanzine OLI # 2

Parte I:

La última vez que alguien me preguntó por qué llevaba tanto tiempo sin escribir, lo hizo como excusa para averiguar por qué casi todos mis textos hablan sobre los sueños. La respuesta es simple pero desalentadora: casi todo se me ocurre dormido, así que me veo obligado a echar mano de esas ideas borrosas para construir frases que luego se vuelven textos. Yo lo considero un auto-plagio, pero qué le vamos a hacer. Un día llegará a mi casa, probablemente en un sueño, una citación a responder legalmente por esta acusación. Estoy dispuesto a correr el riesgo.

Parte II:

Uno de los peores defectos que tenemos los seres humanos es la incapacidad de sorprendernos correctamente. Nos sorprende lo que no debería y nos resultan absolutamente normales algunos de los más curiosos misterios de nuestra propia existencia. La sorpresa que nos causa el ruido producido por un gato en el tejado, nos mantiene despiertos y alerta varios minutos, antes de volver a dormir plácidamente. Sin embargo, son pocos quienes alguna vez en la vida nos hemos levantado en medio de la noche sorprendidos por estar haciendo, al igual que al menos 8 horas diarias por todo lo que llevamos de vida, algo que nunca jamás alguien nos enseñó: dormir. Así es como a diario, manifestamos nuestra lamentable incapacidad de sorprendernos correctamente justo desde el instante en el que nos levantamos.

Parte III:

La frontera entre estar despierto y estar dormido está dividida por un una línea difusa. La transición debe ser casi involuntaria, automática. Ubicarse en dicha frontera arruina el proceso. No solo resulta incómodo, como recordar los parpadeos propios, sino que produce un efecto observador, en el que el simple hecho de ser consciente de la transición, modifica el resultado de la misma. Es necesario estar ausente. Y es precisamente la ausencia en donde radica la sensación placentera. La posibilidad de dejarse guiar por sí mismo, por el sueño y su fragilidad. Por no ser responsables, por un par de horas, de lo que hacemos con nosotros mismos.

Parte IV:

Haciendo un cálculo rápido del tiempo total acumulado que dura una persona durmiendo durante toda su vida, es fácil notar que durante al menos un tercio de esta estamos dormidos. Un día alguien descubre que las horas en las que estamos dormidos dejamos de envejecer, y por fin comprendemos que sabemos dormir desde que nacemos, sin que nadie nos lo enseñe, porque el cuerpo lo ha desarrollado como un estrategia instintiva de supervivencia. Desde el nacimiento nuestro cuerpo comprende que su enemigo natural es la muerte, y nos llama al sueño como recurso desesperado para prolongar su llegada. Nos sorprendemos, lo escribimos y nos volvemos a dormir.

Juan
www.twitter.com/jmrey11