Texto publicado en el fanzine OLI # 2
Parte I:
La última vez que alguien me preguntó por qué llevaba tanto tiempo sin escribir, lo hizo como excusa para averiguar por qué casi todos mis textos hablan sobre los sueños. La respuesta es simple pero desalentadora: casi todo se me ocurre dormido, así que me veo obligado a echar mano de esas ideas borrosas para construir frases que luego se vuelven textos. Yo lo considero un auto-plagio, pero qué le vamos a hacer. Un día llegará a mi casa, probablemente en un sueño, una citación a responder legalmente por esta acusación. Estoy dispuesto a correr el riesgo.
Parte II:
Uno de los peores defectos que tenemos los seres humanos es la incapacidad de sorprendernos correctamente. Nos sorprende lo que no debería y nos resultan absolutamente normales algunos de los más curiosos misterios de nuestra propia existencia. La sorpresa que nos causa el ruido producido por un gato en el tejado, nos mantiene despiertos y alerta varios minutos, antes de volver a dormir plácidamente. Sin embargo, son pocos quienes alguna vez en la vida nos hemos levantado en medio de la noche sorprendidos por estar haciendo, al igual que al menos 8 horas diarias por todo lo que llevamos de vida, algo que nunca jamás alguien nos enseñó: dormir. Así es como a diario, manifestamos nuestra lamentable incapacidad de sorprendernos correctamente justo desde el instante en el que nos levantamos.
Parte III:
La frontera entre estar despierto y estar dormido está dividida por un una línea difusa. La transición debe ser casi involuntaria, automática. Ubicarse en dicha frontera arruina el proceso. No solo resulta incómodo, como recordar los parpadeos propios, sino que produce un efecto observador, en el que el simple hecho de ser consciente de la transición, modifica el resultado de la misma. Es necesario estar ausente. Y es precisamente la ausencia en donde radica la sensación placentera. La posibilidad de dejarse guiar por sí mismo, por el sueño y su fragilidad. Por no ser responsables, por un par de horas, de lo que hacemos con nosotros mismos.
Parte IV:
Haciendo un cálculo rápido del tiempo total acumulado que dura una persona durmiendo durante toda su vida, es fácil notar que durante al menos un tercio de esta estamos dormidos. Un día alguien descubre que las horas en las que estamos dormidos dejamos de envejecer, y por fin comprendemos que sabemos dormir desde que nacemos, sin que nadie nos lo enseñe, porque el cuerpo lo ha desarrollado como un estrategia instintiva de supervivencia. Desde el nacimiento nuestro cuerpo comprende que su enemigo natural es la muerte, y nos llama al sueño como recurso desesperado para prolongar su llegada. Nos sorprendemos, lo escribimos y nos volvemos a dormir.
Juan
www.twitter.com/jmrey11
Parte I:
La última vez que alguien me preguntó por qué llevaba tanto tiempo sin escribir, lo hizo como excusa para averiguar por qué casi todos mis textos hablan sobre los sueños. La respuesta es simple pero desalentadora: casi todo se me ocurre dormido, así que me veo obligado a echar mano de esas ideas borrosas para construir frases que luego se vuelven textos. Yo lo considero un auto-plagio, pero qué le vamos a hacer. Un día llegará a mi casa, probablemente en un sueño, una citación a responder legalmente por esta acusación. Estoy dispuesto a correr el riesgo.
Parte II:
Uno de los peores defectos que tenemos los seres humanos es la incapacidad de sorprendernos correctamente. Nos sorprende lo que no debería y nos resultan absolutamente normales algunos de los más curiosos misterios de nuestra propia existencia. La sorpresa que nos causa el ruido producido por un gato en el tejado, nos mantiene despiertos y alerta varios minutos, antes de volver a dormir plácidamente. Sin embargo, son pocos quienes alguna vez en la vida nos hemos levantado en medio de la noche sorprendidos por estar haciendo, al igual que al menos 8 horas diarias por todo lo que llevamos de vida, algo que nunca jamás alguien nos enseñó: dormir. Así es como a diario, manifestamos nuestra lamentable incapacidad de sorprendernos correctamente justo desde el instante en el que nos levantamos.
Parte III:
La frontera entre estar despierto y estar dormido está dividida por un una línea difusa. La transición debe ser casi involuntaria, automática. Ubicarse en dicha frontera arruina el proceso. No solo resulta incómodo, como recordar los parpadeos propios, sino que produce un efecto observador, en el que el simple hecho de ser consciente de la transición, modifica el resultado de la misma. Es necesario estar ausente. Y es precisamente la ausencia en donde radica la sensación placentera. La posibilidad de dejarse guiar por sí mismo, por el sueño y su fragilidad. Por no ser responsables, por un par de horas, de lo que hacemos con nosotros mismos.
Parte IV:
Haciendo un cálculo rápido del tiempo total acumulado que dura una persona durmiendo durante toda su vida, es fácil notar que durante al menos un tercio de esta estamos dormidos. Un día alguien descubre que las horas en las que estamos dormidos dejamos de envejecer, y por fin comprendemos que sabemos dormir desde que nacemos, sin que nadie nos lo enseñe, porque el cuerpo lo ha desarrollado como un estrategia instintiva de supervivencia. Desde el nacimiento nuestro cuerpo comprende que su enemigo natural es la muerte, y nos llama al sueño como recurso desesperado para prolongar su llegada. Nos sorprendemos, lo escribimos y nos volvemos a dormir.
Juan
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