Rondeón es un pueblo de Risaralda. Para llegar hasta allá se toma un desvío por una entrada a Pereira, muy distinta a la que yo estoy acostumbrado, y subiendo una loma por una carretera destapada se llega al pueblo. De lejos, cuando en la distancia se ve Pereira, también se ve Rondeón. Y se distingue su iglesia en el centro, unas casas color piedra muy al estilo de Barichara y el cielo claro y despejado porque detrás no se ven más montañas. Se ve el pueblo completo porque es un pueblo pequeño, pero sobre todo se distingue eso que hace especial a Rondeón: una especie de camino elevado, macizo, como si fuera una especie de canal de concreto que dirige el paso a través de todo el pueblo. A lo lejos, se ven muchas curvas y el camino es de un tono café similar al del pueblo entero pero de cerca es rojo encendido en una dirección y azul rey en la otra. Los dos tramos se unen en un punto de piedra, al estilo de un camino clásico, cuyo nombre estereotipo asusta: el pasaje del silencio. Y asusta no porque sea un lugar tenebroso ni mucho menos un cliché, sino porque en un pueblo tan extraño y surreal como Rondeón cualquier contraste es suficiente para matar de la impresión a alguien. La entrada al pueblo se hace por unas escaleras al lado de una muralla que rodea a todo el municipio, y ya arriba se baja a las calles y casas por el camino. El pueblo de resto no tiene nada extraño: es un pueblo común y corriente con gente, casas, tiendas, parque y vida normal.
Obviamente Rondeón no existe, pero recién me desperté hoy habría apostado lo que fuera a que si estuve allá y entré al pueblo, y de lejos vi el camino mientras iba llegando a Pereira. Fue mi idea la de desviarnos del camino para ir a conocer esta maravilla de lo bizarro porque, según pasaba en el sueño, un amigo ya me había comentado de lo interesante que era este destino. Me levanté convencido de que en algún lugar de Colombia tenía que existir Rondeón, pero ni Wikipedia ni Google dieron razón de algún espacio en la geografía nacional, o incluso del mundo entero, con este nombre. Conforme fue pasando el tiempo mi cerebro terminó de despertar y se convenció finalmente que todo había sido producto de la imaginación.
Pueblos como Rondeón a lo mejor ni existen. Es tal la mentira que ni el corrector automático acepta la ortografía de la palabra. Pero lugares como este se alimentan de recuerdos de sitios espectaculares al borde de las carreteras. Espacios que en medio de horas y horas de manejar aparecen por un ratico, porque no se puede parar, y lo único que queda es el recuerdo de haberlos visto por encima. Yo por ejemplo tengo varios: un pasaje lleno de arboles y flores cruzando un puente en una esquina de Iza en Boyacá, las tierras onduladas y fértiles en la carretera para entrar a Montería desde Medellín o una cima pequeña desde donde se ve el desierto en la Guajira y al fondo una tormenta en la que nadie quisiera caer. Viajar por carreteras a veces es tedioso y manejar por horas agota, hasta un nivel crítico, las energías de cualquiera, pero definitivamente es uno de los mejores regalos de la vida. Una oportunidad para salir de la rutina de forma radical y alimentar las esperanzas de algún día encontrar un lugar tan increíble y especial que haga parecer a Rondeón como un pueblo cualquiera a la entrada de Pereira.
Jose @joserueda123
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